Aclaración: los nombres propios, lugares y demás
detalles reales que figuran en este artículo han sido modificados en pos de
mantener la privacidad de las personas.
Luciana vive en Uruguay y tuvo un hijo hace tres años que se llama Facundo. Fue un bebé deseado y mimado. Cada vez que me comunicaba con su mamá, a
medida que el niño crecía, Luciana me decía que su hijo era “bravo”, que era
“tremendo”. Me llamaba poderosamente la atención
que repitiera estas palabras siempre que le preguntaba por su hijo a quien cuida y ama incondicionalmente. ¿Tan “terrible” podría ser un chiquito?
A los dos años del nene, tengo la alegría
de volver a verlos. Facu es un niño
alegre y activo. Corre, salta, algunas
veces empuja o tiene intenciones de
pegar a otro niño (situación que
es controlada por su madre o padre).
Juega, habla, grita, mira los dibujitos y no se quiere ir a dormir
hasta que es tarde.
¿Es algo excepcional que un nene de dos
años se comporte de esta manera? La mamá
no pierde la oportunidad de comentar que Facundo es
“tremendo” Y agrega:
-
“igual que su papá, cuando era chico”.
Un día, cuando Facundo era un bebé de
meses, probablemente lloró más de lo que los padres esperaban, o se despertó
pronto o tardó en dormirse y los padres
(u otras personas significativas para
el niño) dijeron algo así como:
-Mamá: “qué tremendo qué es Facu”
-Papá: “igual que yo, cuando era chico”.
Y luego a medida que crecía, quizás no quería
comer a determinada hora o determinada comida. O quería jugar a algún juego
distinto al que le proponían los papás o pateó la pelota más fuerte de lo
esperado (y tal vez se rompió algún objeto de la casa)… en definitiva, empezaba
a demostrar lo qué realmente quería. Y
los padres adjudicaron estos deseos y/o actitudes del niño en crecimiento a lo
“tremendo” que es Facundo.
Los bebés y niños pequeños entienden mucho
más de lo que creemos. Y, aunque muchas
veces no lo parezca, buscan complacer a los adultos.
Así es como, al ser pensados y nombrados
una y otra vez de una determinada manera, comienzan a tratar de cumplir con el
rol que se les ha asignado en esa estructura familiar. Entonces, aquello que al principio fue sólo
la forma en que los padres decodificaban las acciones de su hijo, comienza a
transformarse en la realidad que trata de sostener el niño para complacerlos.
No estamos hablando de que vamos a marcar a
un niño por nombrarlo de determinada
manera alguna que otra vez. Nos referimos a aquellos casos en que uno o
dos adjetivos son los que identifican a ese niño para sus seres
significativos. Y por lo tanto, son
repetidos en reiteradas oportunidades a los amigos y familiares cuando hablamos
de éste y al niño
mismo. Se trata
de que construyamos en nuestra mente la idea de que, por ejemplo: “Facundo es
tremendo”.
Otra mamá de un bebé de poco más de un año, al preguntarle por su
hijo, me dice rápidamente y con una sonrisa a medias: “es terrible” y me cuenta
que ella le pide que diga “mamá” y que el nene la mira y con una sonrisa
divertida le dice “papá”.
No sé ustedes, pero yo escucho este tipo de
adjetivos en relación a los niños varones, en reiteradas oportunidades: los padres dicen de ellos que son o “bravos”
o “terribles” o “tremendos” entre otras palabras similares. Y fíjense que en los dos ejemplos que les
comento estamos hablando de niños muy chicos o bebés. O sea que se les adjudica este rol desde muy
temprana edad.
Parece ser bien aceptado por nuestra
sociedad que los niños sean adjetivados como
“terribles” o “bravos” o “tremendos”.
No está mal visto y hasta resulta casi una cualidad que así sea. Adviertan que es mucho más frecuente escuchar
estos adjetivos en los varoncitos que en las niñas. Aunque no es exclusivo de los varones. ¿Cuáles
serán las palabras más comunes atribuidas a las niñas
¿Y
qué pasaría si el niño o la niña es nombrado/a como “más lindo/a, pero
menos inteligente que el hermano/a” (y el hermano/a, lo contrario)? ¿O como vago/a o como ultra
responsable? Sin
mencionar adjetivos peores. Recuerden que los niños se van a esforzar por
lograr sostener el lugar asignado, defendiéndolo a capa y espada en muchas
oportunidades.
Todos
tenemos días o momentos en que no nos comportamos como los demás esperarían. ¿Nos agradaría que nos cataloguen como
“terribles” por eso? Y si así lo hicieran, como somos adultos, podemos lidiar
de diferentes formas con esto. Los chicos están estructurando su psiquismo y por la tanto no
podemos aseverar que SON de una forma
o de otra, como si fueran a ser así para siempre. Están en permanente cambio. Así,
todo lo que viene del afuera, especialmente en relación a las personas
más significativas para el niño, afecta directamente este psiquismo en
constitución.
Tal vez ésto nos sirve de brújula para
pensar cada acción del niño como independiente una de otra. Evitando así, catalogarlo de una u otra
forma y tratar de encajar cada una de sus conductas dentro de nuestra idea
previa acerca de cómo es (por ejemplo “tremendo”).
En definitiva, el modo en que nombramos y pensamos a los niños, y
cómo hemos sido nosotros nombrados y pensados,
NO es sin consecuencias.
Siempre
pensamos en el otro de una determinada forma. Es importante darnos cuenta entonces, qué
pensamos sobre los niños y de qué modo. Por ejemplo, revisar si los catalogamos
de una sola forma o si vemos matices. Si
tenemos la posibilidad de pensar que lo que hacen es solo una acción momentanea
y no lo identifica como persona. O si lo estamos
comparando constantemente con otro, por ejemplo un hermano. Sólo dándonos
cuenta es que podemos elegir si es esa la mirada que queremos tener sobre
nuestros hijos.
Valeria