jueves, 12 de diciembre de 2013

El modo en que pensamos y nombramos a nuestros hijos: ¿sin consecuencias?


Aclaración:   los nombres propios, lugares y demás detalles reales que figuran en este artículo han sido modificados en pos de mantener la privacidad de las personas.

Luciana vive en Uruguay y  tuvo un hijo  hace tres años que se llama Facundo.  Fue un bebé deseado y mimado.  Cada vez que me comunicaba con su mamá, a medida que el niño crecía, Luciana me decía que su hijo era “bravo”, que era “tremendo”.  Me llamaba poderosamente la atención que repitiera estas palabras siempre que  le preguntaba por su hijo a quien cuida y ama incondicionalmente.  ¿Tan “terrible” podría ser un chiquito?
A los dos años del nene, tengo la alegría de volver a verlos.  Facu es un niño alegre y activo.  Corre, salta, algunas veces empuja o tiene intenciones de  pegar a otro niño  (situación que es controlada por su madre o padre).  Juega, habla,  grita,  mira los dibujitos y no se quiere ir a dormir hasta que es tarde.
¿Es algo excepcional que un nene de dos años se comporte de esta manera?  La mamá no pierde la oportunidad de  comentar que Facundo es  “tremendo”  Y agrega:
 - “igual que su papá, cuando era chico”.
Un día, cuando Facundo era un bebé de meses, probablemente lloró más de lo que los padres esperaban, o se despertó pronto o tardó en dormirse y los padres  (u otras personas significativas para  el niño)  dijeron algo así como: 
-Mamá: “qué tremendo qué es Facu”
-Papá: “igual que yo, cuando era chico”.
Y luego a medida que crecía, quizás no quería comer a determinada hora o determinada comida. O quería jugar a algún juego distinto al que le proponían los papás o pateó la pelota más fuerte de lo esperado (y tal vez se rompió algún objeto de la casa)… en definitiva, empezaba a demostrar lo qué realmente quería.  Y los padres adjudicaron estos deseos y/o actitudes del niño en crecimiento a lo “tremendo” que es Facundo. 
Los bebés y niños pequeños entienden mucho más de lo que creemos.  Y, aunque muchas veces no lo parezca, buscan complacer a los adultos. 
Así es como, al ser pensados y nombrados una y otra vez de una determinada manera, comienzan a tratar de cumplir con el rol que se les ha asignado en esa estructura familiar.   Entonces, aquello que al principio fue sólo la forma en que los padres decodificaban las acciones de su hijo, comienza a transformarse en la realidad que trata de sostener el niño para complacerlos.

No estamos hablando de que vamos a marcar a un niño por nombrarlo  de determinada manera  alguna que otra vez.  Nos referimos a aquellos casos en que uno o dos adjetivos son los que identifican a ese niño para sus seres significativos.   Y por lo tanto, son repetidos en reiteradas oportunidades a los amigos y familiares cuando hablamos de éste y al niño mismo.   Se trata de que construyamos en nuestra mente la idea de que, por ejemplo: “Facundo es tremendo”.
Otra mamá de un bebé  de poco más de un año, al preguntarle por su hijo, me dice rápidamente y con una sonrisa a medias: “es terrible” y me cuenta que ella le pide que diga “mamá” y que el nene la mira y con una sonrisa divertida le dice “papá”.
No sé ustedes, pero yo escucho este tipo de adjetivos en relación a los niños varones, en reiteradas oportunidades:   los padres dicen de ellos que son o “bravos” o “terribles” o “tremendos” entre otras palabras similares.  Y fíjense que en los dos ejemplos que les comento estamos hablando de niños muy chicos o bebés.  O sea que se les adjudica este rol desde muy temprana edad. 
Parece ser bien aceptado por nuestra sociedad que los niños sean adjetivados como  “terribles” o “bravos” o “tremendos”.  No está mal visto y hasta resulta casi una cualidad que así sea.  Adviertan que es mucho más frecuente escuchar estos adjetivos en los varoncitos que en las niñas.  Aunque no es exclusivo de los varones. ¿Cuáles serán las palabras más comunes atribuidas a las niñas
¿Y  qué pasaría si el niño o la niña es nombrado/a como “más lindo/a, pero menos inteligente que el hermano/a” (y el hermano/a,  lo contrario)? ¿O como vago/a o como ultra responsable? Sin mencionar adjetivos peores.  Recuerden que los niños se van a esforzar por lograr sostener el lugar asignado, defendiéndolo a capa y espada en muchas oportunidades. 

Todos tenemos días o momentos en que no nos comportamos como los demás esperarían.  ¿Nos agradaría que nos cataloguen como “terribles” por eso? Y si así lo hicieran, como somos adultos, podemos lidiar de diferentes formas con esto.   Los chicos están estructurando su psiquismo y por la tanto no podemos aseverar que SON de una forma o de otra, como si fueran a ser así para siempre.  Están en permanente cambio.  Así,  todo lo que viene del afuera, especialmente en relación a las personas más significativas para el niño, afecta directamente este psiquismo en constitución.
Tal vez ésto nos sirve de brújula para pensar  cada acción  del niño como independiente una de otra.   Evitando así, catalogarlo de una u otra forma y tratar de encajar cada una de sus conductas dentro de nuestra idea previa acerca de cómo es (por ejemplo “tremendo”).
En definitiva, el modo  en que nombramos y pensamos a los niños, y cómo hemos sido nosotros nombrados y pensados,  NO es sin consecuencias.   
Siempre pensamos en el otro de una determinada forma.  Es importante darnos cuenta entonces, qué pensamos sobre los niños y de qué modo. Por ejemplo, revisar si los catalogamos de una sola forma o si vemos matices.  Si tenemos la posibilidad de pensar que lo que hacen es solo una acción momentanea y no lo identifica como persona. O si lo estamos comparando constantemente con otro, por ejemplo un hermano.  Sólo dándonos cuenta es que podemos elegir si es esa la mirada que queremos tener sobre nuestros hijos.

Valeria


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